Una capa tras otra se superponen hasta lograr la sensación de movimiento. Esos 24 cuadros por segundo que corren, uno tras otro, hasta lograr el efecto de acción continua que nuestro ojo transformará en lo que desee: un sentimiento, una idea o la simple indiferencia que lleva al tedio. A veces esa imagen puede ser lo de menos y en últimas, terminemos yendo al cine a vernos a nosotros mismos, a encontrarnos con reflejos, desdibujados, atractivos y atemorizantes que nos saquen del aburrimiento. Las tardes bogotanas de los 80’s y 90’s eran tan aburridas como las tardes de nuestros días pero por entonces estaban los mágicos, ya decadentes, teatros. El Faenza, esa figura imponente del art noveau, se mostraba como refugio para quienes querían escapar de las tardes capitalinas y explorar y perderse y encontrarse y marcharse. Durante 20 años este coloso de principios del siglo XX fue el lugar de encuentro de estudiantes, desempleados, jubilados, padres de familia y cualquier otro hombre de bien que necesitara darse otro aire. Las imágenes alguna vez expuestas por Miguel Ángel Rojas dan fe: siluetas masculinas que se buscan entre el parpadeo veloz del proyector.
Esa exploración del cuerpo, propiciada hace ya más de 30 años en el Faenza, tocó a François Chaignaud (Francia) y a Marie-Caroline Hominal (Francia-Suiza). Ellos acababan de presentar su obra Duchesses (Duquesas), en un Faenza a medio restaurar, e ignoraban que antes de exponer sus cuerpos frente a una audiencia de más de 200 personas, ya en este espacio se daba el encuentro con lo tabú. Los ojos de los asistentes a Asunto Público 15 Festival Universitario de Danza Contemporánea se encontraron con un par de cuerpos desnudos que jugaban al hula-hula. Lo mágico de los más de 50 minutos de esta pieza tal vez radique en el sometimiento en el que cae el espectador: incapaz de separar su mirada, examinando cada detalle de la figura de los bailarines y al borde, siempre al borde, de la conmoción. Lo sorprendente de las capacidades físicas de las duquesas para mantener sus aros girando y la propia desnudez se pierden en medio de un ritual evocador, etéreo, envuelto en luz blanca. Para Chaignaud y Hominal la coincidencia resulta maravillosa.
“El hecho de saber después que había sido un cine porno lo hizo mucho mejor. Me encantó el espacio y el hecho de que esté en camino de renovación. Me gusta que haya sido un cine porno y que, como alguien dijo, nuestra obra sea una continuación de la exploración del cuerpo”, dice Hominal y agrega Chaignaud: “Nuestro trabajo como bailarines no es muy diferente al de las prostitutas, stripers y los actores porno, hay algo similar en la forma de usar el cuerpo como una herramienta y como un lugar de conocimiento y de placer”.
La eternidad que manifiesta Duchesses congela el tiempo para el espectador: todos en el Faenza permanecen inmóviles, escasamente pestañean y contemplan mientras se contemplan.
“El hula-hula es un juego muy divertido y no queríamos perder eso. Es divertido ver a alguien haciendo hula-hula, es un poco como una broma. Incluso al final podríamos sonreír y decir: Es sólo una broma, aunque se vea muy serio”, puntualiza Chaignaud.
De lo queer a lo infinito
Una recepcionista obliga a todos a inscribirse, con cédula en mano, antes de entrar a la Casona de la Danza. Lleva rubor fuerte en los cachetes y luce orgullosa su bigote. Se enoja cada vez que alguien intenta desafiar su autoridad. Afuera, una dominatriz con acento portugués invita a todo el que pasa a reventar los globos negros que tiene por senos. Una maniática en patines, con sombrero de leopardo y mallas, amenaza con un cuchillo para luego dormirse a los pies de sus supuestas víctimas. Un joven deambula por el lugar y cada vez que alguien se le acerca emprende la huída.
Estas y otras identidades cobraron vida a través de los 14 asistentes al Taller Identidades Infinitas, realizado del 24 al 28 de agosto de 2011 en la Casona de la Danza. En este proceso de Aprendizaje y Creación, liderado por Francois Chaignaud y Marie-Caroline Hominal, los participantes viajaron al fondo de las identidades Queer en la búsqueda de la generación de nuevos materiales artísticos. Los movimientos, disfraces, sonidos y actitudes fueron mezclados para dar como resultado una muestra en la que fue fácil sentirse identificado, seducido o amenazado. Dentro de la dinámica de la actividad los integrantes del grupo –artistas involucrados con temática Queer- tuvieron que pasar de una identidad A a otra B, visitando cada uno de los estadios intermedios. Chaignaud y Hominal hablaron sobre el nombre y la idea de Identidades Infinitas como su residencia artística.
“Cuando nos pidieron hacer el taller, relacionado con la transformación, sugerimos este nombre. Al principio habíamos pensado en Identidades Queer pero no queríamos transmitir esa idea ya que es un poco reducida”, indica Chaignaud, y Hominal agrega: “El nombre que le dimos es más amplio, es precisamente infinito”.
Los pasillos de la Casona de la Danza son invadidos por personajes que celebran su identidad: "Mi identidad es falsa", "Mi identidad cuenta una historia", "Mi identidad no dice nada", "Mi identidad se calienta y se enfría", "Mi identidad es un arma". Chaignaud y Hominal relacionan el sinnúmero de identidades que nos habitan con su trabajo en Duchesses y el concepto de androginia.
“Creo que ambos estamos relacionados con lo andrógino, debido a que tenemos la misma estatura, el mismo color de cabello y me gusta el hecho de que haya un chico y una chica, algo masculino y algo femenino, pero que viaja también del uno al otro. Al ser una pareja desnuda podemos recordar a muchas parejas míticas como Adán y Eva y es interesante poner a pensar a la gente sobre estar parejas en la historia y preguntarse quién era el chico o la chica, realmente. No se trata tanto de un intercambio de roles sino que cada uno de nosotros es complejo en su naturaleza”, Chaignaud.
Texto y fotografía: Javier Galeano Pájaro
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