jueves, 1 de septiembre de 2011

Duchesses: El juego de la transformación

Una capa tras otra se superponen hasta lograr la sensación de movimiento. Esos 24 cuadros por segundo que corren, uno tras otro, hasta lograr el efecto de acción continua que nuestro ojo transformará en lo que desee: un sentimiento, una idea o la simple indiferencia que lleva al tedio. A veces esa imagen puede ser lo de menos y en últimas, terminemos yendo al cine a vernos a nosotros mismos, a encontrarnos con reflejos, desdibujados, atractivos y atemorizantes que nos saquen del aburrimiento. Las tardes bogotanas de los 80’s y 90’s eran tan aburridas como las tardes de nuestros días pero por entonces estaban los mágicos, ya decadentes, teatros. El Faenza, esa figura imponente del art noveau, se mostraba como refugio para quienes querían escapar de las tardes capitalinas y explorar y perderse y encontrarse y marcharse. Durante 20 años este coloso de principios del siglo XX fue el lugar de encuentro de estudiantes, desempleados, jubilados, padres de familia y cualquier otro hombre de bien que necesitara darse otro aire. Las imágenes alguna vez expuestas por Miguel Ángel Rojas dan fe: siluetas masculinas que se buscan entre el parpadeo veloz del proyector.

Esa exploración del cuerpo, propiciada hace ya más de 30 años en el Faenza, tocó a François Chaignaud (Francia) y a Marie-Caroline Hominal (Francia-Suiza). Ellos acababan de presentar su obra Duchesses (Duquesas), en un Faenza a medio restaurar, e ignoraban que antes de exponer sus cuerpos frente a una audiencia de más de 200 personas, ya en este espacio se daba el encuentro con lo tabú. Los ojos de los asistentes a Asunto Público 15 Festival Universitario de Danza Contemporánea se encontraron con un par de cuerpos desnudos que jugaban al hula-hula. Lo mágico de los más de 50 minutos de esta pieza tal vez radique en el sometimiento en el que cae el espectador: incapaz de separar su mirada, examinando cada detalle de la figura de los bailarines y al borde, siempre al borde, de la conmoción. Lo sorprendente de las capacidades físicas de las duquesas para mantener sus aros girando y la propia desnudez se pierden en medio de un ritual evocador, etéreo, envuelto en luz blanca. Para Chaignaud y Hominal la coincidencia resulta maravillosa.

“El hecho de saber después que había sido un cine porno lo hizo mucho mejor. Me encantó el espacio y el hecho de que esté en camino de renovación. Me gusta que haya sido un cine porno y que, como alguien dijo, nuestra obra sea una continuación de la exploración del cuerpo”, dice Hominal y agrega Chaignaud: “Nuestro trabajo como bailarines no es muy diferente al de las prostitutas, stripers y los actores porno, hay algo similar en la forma de usar el cuerpo como una herramienta y como un lugar de conocimiento y de placer”.



Ese lugar exacto entre lo bello y lo grotesco, el espejismo y la cruda realidad, revive en los cuerpos de las duquesas Chaignaud y Hominal en medio de las ruinas del Faenza. Las miradas atentas de los espectadores son las de hombres anónimos que miraron y hurgaron y exploraron y volvieron a las calles siendo otros. Un conjunto de imágenes primitivas y cinemáticas que habitan en el ojo del espectador, según los artistas. “Somos conscientes de todas estas imágenes pero no las hacemos intencionalmente aparecer”, afirma Hominal. Para ambos se parece más a un gran viaje por la historia del arte y del cuerpo humano que no lleva a ningún lado pero que los mantiene haciendo las ruedas de su vehículo girar. “Hay gente que ve imágenes religiosas, otros ven los movimientos de los planetas, varia”, concluye Chaignaud.


La eternidad que manifiesta Duchesses congela el tiempo para el espectador: todos en el Faenza permanecen inmóviles, escasamente pestañean y contemplan mientras se contemplan.







La transformación es un tema permanente en Duchesses y que se experimenta a través de todo el trabajo de Chaignaud y Hominal. Ambos admiten que su obra fue concebida como una pieza para realizar desnudos; como perfecto vestuario para que el espectador sea testigo de los cambios y estaciones que atraviesan sus cuerpos. “Estaba claro, desde el principio, que no habría ningún tipo de vestuario, no pudimos pensar en ningún tipo de vestuario y con la desnudez se podría ver cada músculo y al cuerpo cambiando a través de la pieza”, explica Hominal. Incluso, algunos de los asistentes se sonrojan al admitir su concentración en puntos específicos de las anatomías de las duquesas: ya sea en los genitales, el abdomen que se tornea con movimientos sutiles o los pliegues de piel convertidos en ondas por el roce del hula-hula. Otros advirtieron, durante el conversatorio realizado al final de la presentación, que podría tratarse de un trabajo ególatra, centrado en el cuerpo y la contemplación.

“No creo que sea una obra ególatra o egoísta, ya que damos mucho de nosotros y hay mucho esfuerzo. Para mí está más relacionada con un ritual de placer, como en la Grecia antigua, en donde hombres y mujeres ofrecían placer como forma de obtenerlo”, aclara Chaignaud.

Durante la charla, denominada Coreotopia, tanto espectadores como artistas, tienen la oportunidad de exponer sus visiones acerca de la obra e indagar sobre las intenciones y reflexiones de cada parte. Chaignaud y Hominal admiten que, aunque no esperan una reacción específica del público durante Duchesses, disfrutan del silencio que provoca en la audiencia y que los lleva a un estado de inigualable concentración. “Eso quiere decir que la gente está atrapada por la imagen y el movimiento”, confiesa Chaignaud. “Personalmente, no hago la pieza esperando una reacción específica. Si a alguien no le gusta, no me parece decepcionante sino interesante”, indica Hominal.






Para ambos, sin embargo, existen reacciones del público que pueden resultar decepcionantes o molestas: dejan en claro que Duchesses es una experiencia en vivo y que las fotografías o vídeos interfieren con esa naturaleza.

“Para mí es decepcionante también cuando la audiencia no entiende la propuesta y hay un centenar de formas de entenderla. Por ejemplo, en la función del Faenza, había tanta gente que me preocupaba no llegarle a todos, porque usualmente estamos más elevados en el escenario y lo hacemos para grupos más pequeños”, sostiene Chaignaud. Las referencias al fascismo y a la competencia también son recurrentes entre la audiencia. Los bailarines explican que los aros en los vestidos de las duquesas fueron la inspiración para el nombre de esta pieza y que más allá de ponerlos en rivalidad, los lleva a complementarse, viajar juntos y divertirse mientras juegan.

“No lo vemos como un retrato de la rivalidad, más como un viaje en el que vamos juntos. Es como una Road Movie, de algún modo”, opina Hominal.

“El hula-hula es un juego muy divertido y no queríamos perder eso. Es divertido ver a alguien haciendo hula-hula, es un poco como una broma. Incluso al final podríamos sonreír y decir: Es sólo una broma, aunque se vea muy serio”, puntualiza Chaignaud.


De lo queer a lo infinito

Una recepcionista obliga a todos a inscribirse, con cédula en mano, antes de entrar a la Casona de la Danza. Lleva rubor fuerte en los cachetes y luce orgullosa su bigote. Se enoja cada vez que alguien intenta desafiar su autoridad. Afuera, una dominatriz con acento portugués invita a todo el que pasa a reventar los globos negros que tiene por senos. Una maniática en patines, con sombrero de leopardo y mallas, amenaza con un cuchillo para luego dormirse a los pies de sus supuestas víctimas. Un joven deambula por el lugar y cada vez que alguien se le acerca emprende la huída.

Estas y otras identidades cobraron vida a través de los 14 asistentes al Taller Identidades Infinitas, realizado del 24 al 28 de agosto de 2011 en la Casona de la Danza. En este proceso de Aprendizaje y Creación, liderado por Francois Chaignaud y Marie-Caroline Hominal, los participantes viajaron al fondo de las identidades Queer en la búsqueda de la generación de nuevos materiales artísticos. Los movimientos, disfraces, sonidos y actitudes fueron mezclados para dar como resultado una muestra en la que fue fácil sentirse identificado, seducido o amenazado. Dentro de la dinámica de la actividad los integrantes del grupo –artistas involucrados con temática Queer- tuvieron que pasar de una identidad A a otra B, visitando cada uno de los estadios intermedios. Chaignaud y Hominal hablaron sobre el nombre y la idea de Identidades Infinitas como su residencia artística.


“Cuando nos pidieron hacer el taller, relacionado con la transformación, sugerimos este nombre. Al principio habíamos pensado en Identidades Queer pero no queríamos transmitir esa idea ya que es un poco reducida”, indica Chaignaud, y Hominal agrega: “El nombre que le dimos es más amplio, es precisamente infinito”.



Los pasillos de la Casona de la Danza son invadidos por personajes que celebran su identidad: "Mi identidad es falsa", "Mi identidad cuenta una historia", "Mi identidad no dice nada", "Mi identidad se calienta y se enfría", "Mi identidad es un arma". Chaignaud y Hominal relacionan el sinnúmero de identidades que nos habitan con su trabajo en Duchesses y el concepto de androginia.



“Creo que ambos estamos relacionados con lo andrógino, debido a que tenemos la misma estatura, el mismo color de cabello y me gusta el hecho de que haya un chico y una chica, algo masculino y algo femenino, pero que viaja también del uno al otro. Al ser una pareja desnuda podemos recordar a muchas parejas míticas como Adán y Eva y es interesante poner a pensar a la gente sobre estar parejas en la historia y preguntarse quién era el chico o la chica, realmente. No se trata tanto de un intercambio de roles sino que cada uno de nosotros es complejo en su naturaleza”, Chaignaud.


Texto y fotografía: Javier Galeano Pájaro

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