jueves, 29 de abril de 2010

Intentos de acercamiento a Halaby

Tal y como lo sospechaba no había mucha elaboración en sus movimientos. La voz de Joe Arroyo hacía zumbar un parlante mal puesto en la esquina superior de la pista de baile, al lado de un espejo que nos reflejaba a todos, sudorosos y descoordinados, debajo de una bola de luces polvorienta que casi tropezaba con nuestras cabezas. Tarek sonreía brincando al ritmo de la música y yo le seguía haciendo las palmas, cual imbécil animador, coreando tamarindo seco. En algún momento el beat cambió de rumbo hacia una impensable danza árabe. ¿Quién lo diría? Tarek me miró con picardía y algo de complicidad y empezó a menear su cintura cual bailarina del vientre. Así como se menea la mujer de Barranquilla.

Algo así debió haber sido 2005 para Tarek Halaby: un ritmo sonaba al fondo esperando que este palestino-americano sacudiera sus caderas. Pero ¿Cuál ritmo? El 9 de mayo de ese año el bailarín presentó ante directores y estudiantes de PARTS, en Bruselas, lo que sería su proyecto: “Un intento por entender mi disposición socio-política en relación con el conflicto Palestino-Israelí a través de investigación artística en identidad personal. Parte Uno”. ‘Una de las cosas más fuertes que he hecho en mi vida’, así lo describe. Tras exponer cómo varios meses de talleres de danza le habían servido para no lograr su principal propósito, que era bailar, Tarek imitaba una danza árabe para cerrar la pieza. ‘No tenías que bailar’, le dijo alguno de sus mentores. De aquello ya era consciente.

Varias modificaciones sufrió “Un intento” antes de llegar al público. Para empezar el bailecito árabe del final desapareció y Tarek asumió por completo la figura del fracaso. El fracaso de la técnica, de sí mismo, de aquello que consideraba danza. En una tarde de ensayos Jan Ritsema, su maestro en Bélgica, se le acercó y le preguntó qué había estado haciendo. Un no sé fue la respuesta. Ante esta realidad Tarek sólo pudo narrar a Ritsema la historia de aquel fracaso, de cómo habría querido armar una pieza en cuyos movimientos reflejara su visión acerca del conflicto palestino-israelí, acerca de su confusa identidad palestino-americana y la de sus antepasados. Le habló sobre su falta de claridad, de decisión y de conexión con respecto a este tema que recién despertaba su interés y de la frustración producida por todo ello. ‘Debimos haber grabado esta conversación’, dijo al final Ritsema, ‘Aquí está tu obra’.

Trabajar con texto no era nada inusual para Halaby, acostumbrado a dicha labor desde muy temprano, pero hacer una obra de danza basada en sólo escritura era otra cosa. ‘Fue algo complicado pero no fue confrontante’, explica refiriéndose al hecho de tener que hacer danza sin bailar y a la expectativa –suya y de muchos- hacia su ‘misión’ como bailarín y ex coreógrafo. Lo miro moverse frente a su reflejo en el espejo de la disco, disfrutando al máximo de la música, y creo que en verdad no fue una gran confrontación: Tarek celebra cada error y decepción en “Un intento”.

Halaby admite haber desarrollado un personaje a partir de la creación e interpretación de su obra. Uno muy parecido a su concepción de sí mismo. Una especie de desvalido, dulce y sencillo, que busca refugio y comprensión en un público incapaz de darle la espalda. La reacción generalizada, en los escenarios alrededor del mundo en que esta pieza ha tenido espacio, ha sido de identificación con esa frágil figura. Sin embargo, en 2007, una estambulita no encontró otra salida que lanzar un zapato a Tarek. ‘Fallaste’, dijo el bailarín luego de esquivar el zapatazo y la señora turca lanzó su segundo zapato en ‘un intento’ por demostrar su furia ante una marcha en la que Tarek hacía participar a los asistentes, asemejando un retén militar israelí. Falló de nuevo. Los bogotanos también tuvieron su cuota de escándalo cuando al final de la presentación de la pieza, hace una semana en el XIV Festival Universitario de Danza Contemporánea, un hombre se puso de pie, acompañado por su hija de 5 años, y se aventuró a lanzar varias frases en un tono fuerte. ‘¡Palestina está en Colombia!’, gritó, visiblemente molesto por los señalamientos de falta de compromiso y de interés hacia el conflicto que Tarek vierte sobre el público como parte de su obra. ‘Si nos importa, Tarek. ¡Palestina está en Colombia!’, repitió el indignado hombre.

Confesiones en la pista de baile

Esa misma falta de identificación con la causa palestina que Tarek lanza con algo de humor a su público se devuelve como un bumerán cuando le pregunto acerca de su conocimiento de la situación colombiana. ‘No sé mucho. Sólo sé que existen grupos de milicia y que hay un conflicto’, contesta sin sentirse avergonzado. ‘Creo que me alivia un poco que haya gente que tampoco se sienta conectada con lo que digo sobre Palestina’, continúa, igual de impasible e inofensivo.

La carencia de conexión, la desesperanza y el sentimiento de que nada va a cambiar lo avocaron a trabajar en la continuación de su proyecto. ‘Actually, I am someone’, evolución de ‘Finally, I am no one’, son visiones contrapuestas del mismo escenario: la primera, un monólogo sobre el olvido y la falta de identidad, y la segunda, un foto-proyecto que dice aquí estoy, aquí estamos. Cientos de fotografías de palestinos en ocupación fueron la respuesta al sentimiento de aislamiento y desesperación provocado por la primera fase del proceso. ‘Era ese sentimiento físico de no existir’, relata Tarek, quien viajó por las autopistas de Israel en busca de esos rostros detrás de las murallas. ‘Tuve un fotógrafo acompañándome por una semana. Me enseñó cómo manejar la cámara y se fue’, recuerda con gracia. Muchos se rehusaron a acompañarlo debido al tenso ambiente de la zona. El verse como un israelí, gracias a su mezcla de razas, le permitió a Tarek interpretar los roles que debía en la obtención de las fotografías. ‘Nadie se cuestionó mi apariencia ni el hecho de que estuviera allá. Eso facilitó mi trabajo’, cuenta.

El ritmo en la disco ha pasado a un rápido merengue que Tarek baila desprevenido como si se tratara de cualquier reggaetón. Me siento cómodo a su lado: no hay pasos que seguir ni una coreografía señalada. No es necesaria entonces mi confesión de no-bailarín, de decirle que en realidad no muevo ni la pepa del ojo y que lo único que hago es imitar los movimientos de otros que pienso que son cool. En la disco se ve como cualquier otro, como un colombiano. ‘Te pareces mucho a mi primo’, me había dicho horas antes. Supongo que después de todo tenemos mucho en común.

Sacudido por la respuesta del público colombiano, incluyendo la del beligerante hombre con su pequeña hija, Tarek se confiesa amante de nuestros jugos de fruta e incipiente hispano-parlante. Habla muy poco el español y hace uso arbitrario de la palabra ‘papacito’ como un gran bromista. Lo sabe, lo admite: no ha venido a salvar el mundo. Su única intención es provocar sin ser muy claro, sin decidirse por completo y estando en medio y debajo. Se confiesa ambiguo, en exceso intuitivo y para nada insistente. Baila como si no hubiera un mañana y bebe una cerveza nacional que es posible que no termine.

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